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domingo, 16 de marzo de 2008

El grano de mostaza


Era el 23 de junio de 1972. Era el día más feliz del mundo, ese día Lola abrió los ojos y vio en la penumbra de la madrugada el techo de la habitación. Sintió la respiración pausada de Juan a su lado, sabía que en unos minutos se despertaría. Sintió también el silencio de la casa y también, en ese momento lo supo. Fue justo en ese momento. Puso su mano detrás de la cabeza y sonrió en la oscuridad.

Sabía que tardaría en notarse, tendría que esperar un poco para contarselo a Juan; pero lo supo. Era esa misma sensación que había tenido dos veces antes; y sabía que no se equivocaba. Estaba embarazada. En ese mismo momento debía ser como un grano de mostaza, pero crecería hasta henchir su vientre y hacerla caminar con dificultad. Sería madre por tercera vez.

Parecía florecer ese día, como florecía en 1956 cuando llegó al puerto de La Guaira. Esa mañana el país de esperanza, esa Tierra de Gracia, el Nuevo Mundo, era un lugar muy extraño, pues las montañas surgían del mar como si fueran los hombros del continente. Casi tres mil metros de arena, piedras, arbustos, casas, arboles, pájaros, lianas, caidas de agua, hojas, follaje, más árboles, nubes y musgo, recortaban el cielo frente al Auriga. El barco se vía diminuto frente a esa inmensidad que era Venezuela.

Era como llegar a uno de esos puertos fabulosos que describe la Odisea. En el puerto un tumulto de gentes que iban y venían. Lola se asomó en la cubierta y vio ese grandioso paisaje y sintio el aire humedo y calido que respiraría el resto de su vida. Le sorprendió tanto el color, Galicia, esa terra de meigas e de xente sin fe, le parecía tan diferente y pequeña frente a ese espectáculo de lujuria vegetal, de enredos colores y olores de esa montaña que acariciaba las nubes y que se aproximaba al Auriga, que ya no sintió miedo.

jueves, 28 de febrero de 2008

La primeras ciudades de América


Al poco tiempo de llegar Colón a América, nacieron los primeros pueblos y ciudades fundados en las islas. Esta es la historia de las dos primeras ciudades fundadas por los españoles en tierras continentales, o como se le dió en llamar, en Tierra Firme. Un historia que tiene que ver con las perlas, la sal y la busqueda de El dorado.

En la isla de Cubagua en lo que actualmente es Venezuela, se descubrieron a principios del siglo XVI unos ostrales naturales muy importantes. La calidad, el peso y la belleza de las perlas dieron fama a esa zona. Tanto es así que entre los regales que llevó Felipe II, cuando aún era principe, a su esposa la reina María de Inglaterra, había perlas de Cubagua.

En la isla se fundó Nueva Cádiz, que en poco tiempo llegó a ser una ciudad de considerables dimensiones, sobre pasando incluso a Santo Domingo. Sin embargo, no tenía agua suficiente, y en la cercana isla de Margarita tampoco tampoco la había como para sustentar a toda la población.

A pocos kilómetros de distancia, en la península de Araya, los exploradores descubrieron unas salinas naturales inmensas. Si bien no era el oro del Perú ni la plata del Potosí, la sal y las perlas eran tan apreciadas que hubo varias batallas entre españoles y holandeses por el control de las salinas.

La población aumentaba y la escasez de agua dulce se hizo crítica. Tras cruzar un pequeño estrecho, los exploradores encontraron un río al que llamaron Manzanares, del cual podían extraer agua en abundancia para llevarla en toneles a Nueva Cadiz y a las salinas.

Las tierras cercanas a a este río eran muy parecidas a las del sur de España. Por eso a esta zona se la denominó Nueva Andalucía, nombre que conservó hasta el siglo XVIII.

En 1515, los frailes franciscanos fundaron una misión para cristianizar a los indígenas, pero al poco tiempo fue destruida por la tribu Cumanagoto. Mientras tanto, Nueva Cadiz requería cada vez más agua y alimentos, por lo que en 1521 se fundó Nueva Toledo. Esta fue la primera ciudad fundada en tierras continentales. La ciudad fue destruida por los indígenas a mediados del siglo XVI.

Pocos años después de la destrucción de Nueva Toledo, hacia 1560, un maremoto también destruyó Nueva Cádiz y los ostrales se agotaron, por lo que la población se traslado al antiguo emplazamiento de Nueva Toledo y ahí de fundó Nueva Zamora de Cumaná, que es la actual Cumaná.

Hay otra ciudad que también se disputa el título de ser la primera ciudad fundada por los españoles en Tierra Firme. Es Santa Ana de Coro o Coro a secas, que es el nombre con el que se la conoce en la actualidad.

Si la historia de Cumaná tiene que ver con las perlas, la del Coro tiene que ver con un préstamo.

Carlos de Habsburgo, para poder ser elegido emperador de Alemania, pidió un préstamo a unos banqueros alemanes. Tiempo después, los prestamistas le exigieron que pagase su deuda. Pero en ese momento en guerra con Franciay no tenía forma de pagar.

El emperador que era también rey de España, les cedió a sus baqueros un territorio para que lo explotasen y encontrasen el fabuloso reino de El Dorado. Las noticias del descubrimiento de los imperios Azteca e Inca, así como los relatos de la inmensas cantidades de oro que había en el nuevo continente inindaban Europa en ese momento.

Los banqueros, que tenían el apellido Weltzer, organizaron inmediatamente una expedición a esos territorios.

Como era un territorio que todavía no estaba explorado y lo poblaban indígenas muy belicosos, en 1525 decidieron fundar a orillas del mar una ciudad que sirviera de puerto a aquellos que llegaran de Europa y como enlace con los exploradores. A esa ciudad la llamaron Santa Ana de Coro. En lengua indígena coro significa viento, de modo que el nombre de la ciudad significa Santa Ana del viento o de los vientos.

La ambición de los enviados de los Weltzer comenzó a ser problemática, pues años después en plena búsqueda de El Dorado, los Belzares (este era su nombre castellanizado) fueron explusados debido a sus desmanes, y sus territorios pasaron a formar parte de la corona, integrándose en la provincia de Venezuela.

Publicado en: Relatos de Hispanoamérica (II). Viajeros de Indias. Espasa. Madrid, 2002. ©
Imágenes: Pablo Torrecilla ©

sábado, 16 de febrero de 2008

¿Por qué el mar Caribe se llama así?


El mar Caribe o mar de los Caribes, como comenzó a ser llamado a la llagada de los españoles a América, recibió este nombre de las tribus de los caribes que mayoritariamente vivían en las islas que forman hoy Cuba, Puerto Rico, La Española y las Antillas menores.

Los caribes eran gente originaria de la cuenca del río Amazonas. Eran un pueblo violento, como todos los pueblos en su origen. Si hoy las costumbres de los caribes nos parecen bárbaras, quizás de haberlas conocido Homero los hubiera considerado héroes.

Montaigne, el filósofo francés del siglo XVII, les dedicó uno de sus ensayos, aquél que tituló: De los caníbales. Montaigne alabó tanto la fiereza con la que defendían sus territorios, como su valentia en el combate.

Nunca llegaron a formar un estado o nación. Eran tribus independientes entre sí, unidas sólo por la misma lengua. Poco a poco como aves migratorias los caribes comenzaron a desplazarse hacia el norte, ahuyentando o haciendo desaparecer a los otros pueblos que se encontraban a su paso.

Recorrieron distancias enormes a pie y en pequeñas embarcaciones en el transcurso de pocas generaciones. Para hacerse una idea de las distancias que recorrieron, basta con ver en un mapa la distancia que hay entre el Amazonas en Brasil y las Florida en los Estados Unidos. Actualmente ese territorio lo ocupan más de diez naciones.

Los caribes eran un pueblo que no conocia las técnicas de la navegación; las aprendieron de otros pueblos. De esta manera cruzaron los caudalosos ríos que se encontraron a su paso: el río Negro, el Orinoco, el Caroní, el Ventuari y otros tantos que harían demasiado extenso este relato.

Cuando llegaron al mar parecía que se detendrían...pero no fue así. Los jefes de las tribus convencieron a su pueblo de que tenían que seguir avanzando y, a pesar de las dificultades que implica la navegación marítima en pequeñas canoas, cruzaron a través del estrecho -al que Colón mucho tiempo después llamó Boca de Dragón- hacia la isla de Trinidad y de ahí a Tobago, a Granada, a Martinica, a Dominica... así hasta llegar a la Florida.

Practicaban el canibalismo, una costumbre ligada a su fiereza que fue la que les dio tan mala reputación, aunque para ellos comer carne humana era una práctica religiosa. Sólo se comían a los enemigos vencidos que habían destacado por su valor en el campo de batalla.

Dicen que su grito de guerra era algo parecido a esto:

El caribe es el señor y los demás son sus esclavos.

Lo cierto es que en alguna ocasión, un explorador despistado, al ser atacado por estas tribus, ordenó a sus soldados que solocaran sus espadas y alabardas en posición defensiva... Cual fue su sorpresa al ver que los indígenas se agarraban de los sables y, a pesar de cortarse las manos lograban derribar a sus oponentes.

De hecho, su fiereza en el combate hizo que los territorios que habitaban fueran los últimos en los que se asentaron los españoles, ingleses y franceses.

A pesar de haber sido casi exterminados por las enfermedades y las guerras, los caribes han dejado una huella imborrable, puesto que en el español usamos todavía muchas palabras de origen caribe, como guasa, cacique, piragua, loro o colibrí.

Publicado en: Relatos de Hispanoamérica (II). Viajeros de Indias. Espasa. Madrid, 2002. ©
Imágenes: Pablo Torrecilla ©

martes, 12 de febrero de 2008

La leyenda de "El Dorado"

La laguna de Guatavita es redonda como un plato. La vegetación que la rodea es baja, pero muy espesa. Esto hace que, aunque te encuentres a algunos metros de su orilla, apenas la puedes ver. Es un lugar muy silencioso, tan sólo perturbado por algunos coches que se acercan por la carretera de tierra: turistas que, atraidos por lo único tangible de la leyenda, hacen el recorrido desde Bogotá.

La meseta de Cundinamarca, situada en el centro de Colombia, estaba habitada por tribus de indígenas sedentarios que explotaban, trabajaban y comerciaban con el oro. Sus relaciones comerciales llegaban a sitios tan distantes, como la costa del mar Caribe, al Norte; los territorios que conforman la actual Venezuela, al Este; y el imperio incaico, al sur.

El oro, lejos de ser un bien de intercambio en estas sociedades que comerciaban mediante el trueque, era un metal sagrado. Con él se adornaban los hombres, las mujeres, los templos, las tumbas... El oro era, junto con el agua, el maíz y la yuca, el regalo de las divinidades celestiales a la humanidad.

En la laguna de Guatavita se realizaba un ritual muy conocido entre los indígenas. Los actos que ahí se realizaban eran un homenaje a las divinidades solares y de las aguas.

Todos los años, el cacique peregrinaba a la laguna, acompañado por una multitud de personas que llegaban de los cuatro puntos cardinales.

El cacique descencía hasta la laguna, se desnudaba, cubría su cuerpo con aceites y se revolcaba sobre una manta llena de oro en polvo, hasta quedar cubierto por el metal. Después se coronaba, se colocaba pendientes, brazaletes, narigueras, collares, anillos, dedales... todo de oro. Como si fuera un hijo del Sol que caminara por la Tierra.


Tomaba un bastón, también recubierto de oro, y vestido de esa manera subía a una balsa, amplia, con un trono en el centro, donde como un dios venido a este mundo era conducido por cuatro remeros, también ataviados con coronas, anillos y narigueras, al centro de la laguna. Ningún rey o emperador europeo en la cúspide de su gloria disfrutaría jamás del lujo, la admiración y el fervor que el cacique despertaba mientras se desplazaba lenta y pesadamente al centro de la laguna.


Una vez ahí, el cacique caminaba al borde de la balsa y se zambullía en el agua. Entonces, nadaba un rato para dejar como ofrenda a la laguna y a las deidades que habitaban en ella, todos los objetos con los que hasta hacía un momento estaba recubierto. Con ese ritual quedaba asegurada la continuidad del mundo.


Cuando el cacique llegaba a la orilla, terminaba el ritual, y el inmenso campamento que se levantaba alrededor de la laguna desaparecía. Así sucedía año tras año.


En el siglo XVI, cuando los conquistadores llegaron a los territorios de la actual Colombia, entraron en contacto con las tribus que comerciaban con la del cacique de Guatavita. A sus oídos pronto llegó la noticia del fabuloso ritual.

La mente de estos hombres, alimentada por historias de caballerías, por el hambre, por el cansancio de leguas sin descanso y por los relatos casi fantásticos de México y Perú, transformó poco a poco la historia... De un hombre cubierto de oro, se pasó a hablar de un hombre de oro y, más adelante, de una ciudad de oro.

Fue tal la obsesión y el empeño que pusieron los conquistadores en encontrar aquel fabuloso tesoro, que pasaron al lado de lo que buscaban y no lo vieron. Como ciegos, los conquistadores dejaron atrás la laguna de Guatavita y prosiguieron su búsqueda hasta fundar Santafé de Bogotá.


Lejos de extinguirse, la leyenda de
El Dorado también atravesó el océano. La fama de tan fabuloso relato recorrió toda Europa, hasta el punto que el intrépido Walter Raleigh viajo al Nuevo Mundo para probar fortuna en la pesquisa.

Los conquistadores siguieron las rutas comerciales que antaño recorrieran los indígenas para intercambiar sus mercancías. Esto los llevó al centro de Colombia. Recorrieron los caminos de los Andes hacia el Sur y hacia el Este, navegaron por los grandes ríos, el Apure y el Meta, hasta el Orinoco, y de de ahí al mar. Después se dirigieron hacia el Norte hasta Cubagua y Margarita, la isla de las perlas... Pero esa es otra historia.

Publicado en: Relatos de Hispanoamérica (I). Mitos precolombinos. Espasa. Madrid, 2002. ©

Imágenes: Pablo Torrecilla ©


jueves, 31 de enero de 2008

Venganza


Frente al mar, vacío de toda fuerza, las lágrimas recorrían mi rostro. Sólo esperaba la muerte, había sufrido el destierro, el expolio. Mi presencia ya no era grata, la enfermedad de Lázaro cubría mi piel con espantosas llagas.

Era sólo una sombra de aquello que había sido. Esperaba la muerte sin tener ni voluntad ni fuerza de acabar con mi sufrimiento. El sultán, me había expulsado de la corte, mis hijos ejecutados, mi casa arrasada y sembrada de sal, mis libros quemados. Todo aquello que me recordara era ya humo en medio de una tormenta. Lo único que me sobrevivía eran las llagas y los insectos que vivían en mi piel.

Un día los soldados del Sultán trajeron a un nuevo prisionero, lo habían cegado, le habían cortado la lengua y las manos... cuando lo vi... reconocí a mi enemigo, al antiguo Sultán... sin explicar nada ni mediar palabra lo arrojaron a la costa. Ese día recobré mis fuerzas y supe que viviría el resto de mi vida haciendo de su existencia un infierno, agotando su vitalidad, hasta que en una terrible agonía intentara morir... y yo no lo dejaría.

miércoles, 30 de enero de 2008

Días de invierno

Yo caí en desgracia del Emperador, ya no era bien visto en la corte. Fui desterrado y mis hijas fueron vendidas como esclavas. Mi casa arrasada y sembrada de sal. La finca, antigua heredad de mis ancestros, fue entregada al pillaje de un Pretor. Yo mismo fui arrojado a un oscuro calabozo. Por compañeros de celda tenía a una rata ciega y a un rebelde cristiano que me enseño su fe.

Pasaban los días unos tras otros. Un día trajeron a mi celda, el cadáver de mi padre. El anciano después de mucho suplicar y de arrastrar su dignidad de Senador, para restituir el honor de la familia, murió de pena, en las escaleras de palacio.

Dejaron su cuerpo en el suelo durante semanas, el hedor era tan insoportable que casi estuve a punto de enloquecer. Mi compañera de celda, la rata ciega, roía las manos que en mi infancia me bendijeron. El viejo cristiano oraba y vaticina la caída de la urbe y del imperio.

Decidí acabar con la miseria en la que se había convertido mi existir. Deje de comer y de beber. Quería que mi vida se extinguiera como una lámpara de aceite al final de la noche.

Finalmente, casi en el último hálito de vida que me quedaba, se abrió la puerta de mi encierro. Entró un soldado me subió a sus hombros me sacó de la celda, pensé que se trataría de la última infamia de mi captor y empecé a rezar a ese dios de los cristianos pidiendo su misericordia.

Llegué al salón del trono y para mi sorpresa vi al cuerpo de mi enemigo atravesado por veinte puñales.

Mi hijo sentado en el trono era vitoreado como nuevo Emperador.

domingo, 27 de enero de 2008

Sor Juana Ines en su celda

Veo desde mi ventana el patio. El sol cae a plomo como un castigo divino. Todos los fantasmas de este convento se esconden como vampiros de luz.

Afuera de estas paredes, transcurre el mundo, la mujeres hablan en la plaza, los hombres cortejan a las jovenes... pero aquí todo es silencio, sombra y olvido.

Ya ni mis libros me acompañan, ni mi música, ni las tertulias en el torno. Hoy más que nunca, me siento muerta en vida.

Estás muy lejos de mi, tú mi persona amada... Hace tantos años que no sé de ti, de tus ojos de tu sonrisa, de tu aliento.

Mis batallas, mis glorias, son una sombra en el espejo, un olvido, un grito en la montaña… y encima esta fiebre que me consume. Este infierno intra corpore que me consume...

El sol a mediodía y esta celda son un infierno me agobia. Sólo rezos, murmullos y chismes llegan a mi. ¿Dónde están mi pluma, mis papeles y mi rosario de azabache? ¿Dónde está la Virreina que no viene a consolarme?


Si al menos supiera que aún estás ahí, que piensas en mi. Pero hace tantos años que no estás, y sólo me queda este cuerpo viejo que se arrastra entre la enfermedad y la muerte mientras recorre las paredes y los estantes vacíos.

Hasta mi vanidad me ha abandonado.

jueves, 24 de enero de 2008

Auriga (apuntes para el inicio de una película)

Era el día más triste del mundo. Era el año 1956, junio 23, en el puerto de Vigo. El mundo se acaba ahí, más al oeste sólo había mar, oscuridad, vacío… Únicamente los enormes monstruos que te acompañan en sueños y te hacen enloquecer por que adoptan la forma de las personas que amas. Únicamente los muy fuertes, o muy crueles, y los inocentes pueden sobrevivir sin enloquecer a cruzar el mar dejándolo todo.

Cincuenta años más tarde nadie recordará ese barco, ni a sus mil quinientos pasajeros, ni a sus familias, ni a sus dolores… el mundo olvida fácilmente. El dolor y el amor en la memoria es lo único que nos diferencia de los animales, pero somos cada día más animales.

Ese día que como dije era el más triste del mundo, se juntaron mil quinientas almas en ese barco, mil quinientos dolores, mil quinientos olvidos. Había mucho dolor y mucha separación. Lola nunca había estado lejos de su familia o de su padre más de dos días… y después de aquella jornada tardaría en volver a verlo trece años. Trece años, un matrimonio, una cesarea y un hijo después.

-Pai non chore. Le dijo Lola, sus palabras se escoraban entre las lágrimas y el nudo en la garganta.

-Non chores ti. Para él era como el fin del mundo, como si le quitaran los ojos.

En un momento dado ya no había palabras, sus manos se separaban. La gente los empujaba y las lágrimas que corrían por sus mejillas intentaban unir inútilmente aquello que esa oleada humana estaba separando.

Cuando se separaron sus dedos, fue para Manuel como si le arrancaran un brazo. Su niña se iba. Su niña no volvería con él.

Cuando se separaron sus dedos, Lola sintió un dolor tan grande, tan profundo; que sólo sería comparable, a la cesárea, que sin anestesia, le practicaron dieciocho años después, para salvar a la hija que se estaba ahogando en su vientre.

Desde la niebla de las lágrimas Lola vio a su padre en el muelle. Cientos de desheredados sin esperanzas corrían de un lado a otro, abandonados de una España que los arrojaba como apestados de sus entrañas. Como la pus de una gangrena. Partían con con lo puesto, con maletas de cartón y una esperanza al otro lado de esa mole de agua, a un pedazo de esas Américas bárbaras, que a un italiano medio borracho, por allá en el siglo XV, se le pareció a una pequeña Venecia.

Lola no tenía palabras, sólo aferraba el pañuelo que Manuel le había dado para que secara sus lágrimas. Desde la barandilla del barco, lo vio en toda su estatura humana. Lo vio secarse las lágrimas con la manga de su chaqueta, esbozar una sonrisa y alzar su mano para despedirse.

No lo pudo soportar más, grito:

-Pai dígalle a Luis que o quero, e que non me he olvidado de él, e que sigo sendo a sua nai.

Manuel, en ese momento sintió que el mundo tambaleaba a sus pies. Las lágrimas ya no le dejaban ver, sus rodillas temblaban, y sin tener la templanza de Job, maldijo a Dios desde lo más profundo de su ser.

A ese Dios que permitía que el Auriga, partiera llevándose a su más hija más querida… a ese Dios que permitía que Lola tuviera que dejar a su hijo en esta cárcel de famélicos y a ella la arrojaba al otro lado del mundo. A ese Dios que ahogaría y volvería a crucificar, si su hija podía volver.

Sólo cuando el barco no era más que un punto en medio del mar Manuel dejó que sus rodillas flaquearan, se dejó caer y golpeó con su puño el suelo. El dolor de sus dedos rotos, calmó en algo la herida abierta en su alma. Se levantó, se secó las lágrimas, y sin haber cauterizado su corazón, decidió regresar ese mismo día a Quiroga. Quería dormir en su cama y despertar de ese mal sueño...

lunes, 21 de enero de 2008

Muera mi lira infausta, en que influiste/ ecos, que lamentables te vocean...

Hoy viendo esta foto me he acordado de lo que influyo padrino en mi.

De pequeño las figuras de tios, primos o abuelos me fueron más bien desconocidos. A mis abuelas las conocí cuando tenía siete y ocho años. A mis tías y primos cuando tenía once. Eso de: "el fin de semana fui a casa de mis tios" fue algo que no conocí. Quizás por eso, soy tan desafecto con mi familia consanguínea.

Maite, Antonio y Xoño, junto a Carmen y Pepe, fueron esa familia que no tuve. Ellos tampoco tenían familia en Venezuela, pero a la vez eramos una familia con unos lazos muy fuertes.

Maite y mamá hablaban todos los días, dos o tres veces, eran como hermanas. Mamá fue la primera en darse cuenta de los primero sintomas del Alzehimer en Maite. Padrino, fue siempre un consejero y un apoyo muy grande para mamá y papá. Xoño fue ese hermano mayor que la vida no me dio y ese ejemplo a seguir.

Uno de los recuerdos más lejanos en mi memoria, es un domingo en casa de Maite, después de comer... recuerdo el postre, por que para mi siempre será el ideal de un postre; melocotones en almibar y helado de mantecado (vainilla). Al igual que la merienda, era todo lo que se puede desear para que la vida sea perfecta a los cinco años... un enorme vaso de leche fría.

Antonio cuando compro y amuebló el apartamento de La Florida, pensó en todas la penurias y miserias que había pasado en medio mundo, desde Logroño, a Madrid, a Marruecos, a Londres , a Caracas... y se dijo que esa casa, que sería su casa hasta el final de sus días, sería como la casa de Frank Sinatra. Y así era.

Para mi el concepto de una casa moderna era esa casa. La mesa del comedor redonda, blanca y de un sólo pie, la alfombra de pelo largo, los asientos de media esfera, los puff del balcón, el mueble del salón en blanco y negro... era una casa de revista. Pero sobre todo el papel tapiz de flores enormes y diseños sicodélicos de la década de 1970; y los cuadros, que eran una mezcla ecliptica de modernidad.

En mi infancia, la casa de Maite y Antonio era el lugar mas grato y maravilloso del mundo fuera de la cama de mamá, muchos años después y a casi diez mil kilómetros de distancia, he querido que mi casa tenga ese influjo ese sentido de modernidad, esa calidez.

Recuerdo siendo muy pequeño estar correteando por esa casa o metido de debajo del sofa de la sala sobre la alfombra de pelo largo, mientras papá y padrino jugaban ajedréz, bebían coñac y se fumaban un puro... me viene a la cabeza el logo de los King Edward y el olor acre y penetrante del tabaco.

A él le debo mi gusto por el te, por la cocina, por el oporto, por el flamenco, por Londres... se lo debo a él.

Recuerdo a padrino enseñándome como se movían las piezas del ajedrez, o tocando la guitarra. O el día más significativo para mi. Estaban mamá y él frente a un cuadro que hacía poco había pintado... era una mujer, pelirroja, su estilo tenía alguna influencia cubista y había sido pintado con la espátula... para mi era y es uno de los cuadros más bellos de su casa.

Mamá estaba algo preocupada, yo siempre anárquico sobre ciertas cosas, prefería pintar y leer a aprender enrevesados conceptos matemáticos como la suma o la resta... esas cosas que cuando uno tiene cinco o seis años aburren mortalmente. Mamá dudaba sobre si sería buena idea que yo recibiera clases de pintura... y ese día Antonio, convenció a mamá de inscribirme en las clases de pintura.

Si sólo hubiera sido eso, para mi ya hubiera bastado para agradecerselo toda la vida. Una visita con él al Museo de El Prado hubiera sido para mi la forma de devolverle un millón de veces ese día.

jueves, 17 de enero de 2008

Inauguración


Tengo días con el blog creado... y cada vez que quiero empezar el empieza esa rayita del cursor a parpadear y no sé que poner.

Pero hoy empiezo y poniendo esta fotito. Para mi es una foto importante es de octubre del año pasado en Margarita. Tenía al menos 5 años que no iba y tres sin ver a Isol y a papá.

Fue un viaje muy raro y muy significativo. Me sentía muy venezolano... pero todos me tomaban por español. Recorría los sitios donde crecí, los rincones del centro de Caracas... pero eran una sombra de lo que eran. Todos mis amigos, igual que la ciudad y el país estaban cambiados... y eso me alegraba.

Si le tenemos miedo al cambio a que las cosas dejen de ser lo que eran, nos paralizamos nos momificamos, nos convertimos en arena, polvo y herrumbe. Cambiar es abrir las puertas y las ventanas del alma para que entre la vida.

En esta inauguración quiero también recordar a mi poetisa preferida, Sor Juana Inés y esos dos versos de ella que me gustan tanto:
Detente sombra de mi bien esquivo
imgen del hechizo que mas quiero