Tu
respiración plácida como la brisa principios de otoño. Mis dedos como velas
latinas recorren tu mejilla. Mi mano como los exploradores del renacimiento
recorre tu continente. Escalo tus colinas, desciendo a tu valles, enfilo en tus
cordilleras.
La
selva de tu pelo reposa exhausta en la almohada, un dedo se abre camino desde
tu sien. Desciende por la planicie de tu frente y se detiene sobre el arco de
tus cejas. Abres los ojos, profundos, oscuros, lejanos. Me ves desde la sima de
tu adormilamiento. Bajo por la curva de tu mejilla y llego a tus labios.
Rubén García. Tempestad en el arrecife, 2010 |
Y toco
tu boca, con la punta de mi dedo toco tu boca... si fuera ingenioso como Cortázar
diría que es como si apareciera por debajo de mi dedo, pero sólo logro pensar
en su redondez, en su forma en la perfecta bahía que forman tus labios. Ese
arrecife donde naufrago, donde me pierdo entre tus corrientes y tus mareas.
Bajo por
tu pecho y llego a la hondonada donde empieza tu vientre, ese llano que culmina
en el omphalós desde aquí pudiera
trazar una esfera perfecta que sería nuestro universo perfecto donde aislarnos
de la cuenta de los katunes. Sigo desciendo
y llego al bosque de tu sexo, profundo lujurioso, pecaminoso, aquí la mitad de
tu cuerpo la mitad de mi recorrido aquí el axis
mundi que marca todas las distancias.
Mi pies
recorren los tuyos suben a tus rodillas y separan tus piernas. Otro abismo se
abre y me desplomo entre esas dos cordilleras. Jinete y montura, montura y
jinete exploran con ojos, con labios, con dedos, con brazos, los últimos
reductos desconocidos de tu universo, mientras el mundo termina y se
desintegra.