Sabía que tardaría en notarse, tendría que esperar un poco para contarselo a Juan; pero lo supo. Era esa misma sensación que había tenido dos veces antes; y sabía que no se equivocaba. Estaba embarazada. En ese mismo momento debía ser como un grano de mostaza, pero crecería hasta henchir su vientre y hacerla caminar con dificultad. Sería madre por tercera vez.
Parecía florecer ese día, como florecía en 1956 cuando llegó al puerto de La Guaira. Esa mañana el país de esperanza, esa Tierra de Gracia, el Nuevo Mundo, era un lugar muy extraño, pues las montañas surgían del mar como si fueran los hombros del continente. Casi tres mil metros de arena, piedras, arbustos, casas, arboles, pájaros, lianas, caidas de agua, hojas, follaje, más árboles, nubes y musgo, recortaban el cielo frente al Auriga. El barco se vía diminuto frente a esa inmensidad que era Venezuela.
Era como llegar a uno de esos puertos fabulosos que describe la Odisea. En el puerto un tumulto de gentes que iban y venían. Lola se asomó en la cubierta y vio ese grandioso paisaje y sintio el aire humedo y calido que respiraría el resto de su vida. Le sorprendió tanto el color, Galicia, esa terra de meigas e de xente sin fe, le parecía tan diferente y pequeña frente a ese espectáculo de lujuria vegetal, de enredos colores y olores de esa montaña que acariciaba las nubes y que se aproximaba al Auriga, que ya no sintió miedo.
1 comentario:
¡Qué alegría que vuelvas al ruedo... poeta! ;-) Me alegro de que tu proceso evolutivo se apoye en la literatura. Besos y pa'lante
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