© Jason Bolonski.
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* Faiscas: En gallego chispa pequeña que sale del fuego y se mece en el aire mientras no se apaga.
Cuando Manuel una noche sintió golpes en la puerta de un
vecino reconoció la voz de su cuñado Miguel:
-Mercedes digalle a Xosé que veña.
-¿E pra qué? que e de noite.
Mercedes apenas murmuraba, las historias de paseos y
desaparecidos recorrían los pueblos. Pero en esa pequeña aldea nadie quería
creerlos, no era posible que vecinos matasen a vecinos impunemente… en eso su
cuñado dijo aquellas palabras temidas y que trazarían para siempre la frontera infranqueable
entre ambos.
-E pra dar un paseo.
Manuel saltó de la cama y apenas tuvo tiempo Isolina de
sujetarlo, cerrarle el paso y taparle la boca. Con llanto en los ojos le dijo.
-Cala Manuel, cala que te matan a ti tamén.
Sintió a sus hijas despertarse, fue a su habitación y las
trajo a su cama… en los siguientes meses dormirían siempre juntos. Si la muerte
los sorprendía sería estando juntos…
Xosé, Paco, Anxo, Agustín, eran ya muchos los nombres y serían
muchos más. Cientos de puertas sonaban en las noches de Galicia. Desaparecidos y
mal enterrados. Familias escarnecidas. Cuerpos arrojados en cunetas, y siempre
el temor de que una noche sonara tu puerta.
Una mañana Isolina iba a la fuente y había un revuelo,
alrededor del caño. Mujeres gritando niños corriendo y en el fondo el cura del
pueblo y el maestro. Al pie de la fuente Maruxa, sostenía como la Piedad el
cuerpo de su hijo, que yacía con el pecho destrozado sobre sus piernas. Llego
Antonia la mujer del maestro y en eso paso Miguel.
-Coidado a ver si el siguente eres tú- dijo viendo al
maestro.
El cura no dijo nada… su silencio era casi una aprobación. Esa
noche sonó una puerta… era la del maestro, su sangre se heló, pero fue Antonia
quien se levantó.
-¿Qué haces mujer?
-Quédate ahí ya vuelvo.
Fue a la cocina y cogió la hachuela de cortar la madera.
Salió con su pelo trenzado, descalza y con su blusón de dormir. Abrió la
puerta, vio a al hermano de Isolina al final de la escalera fumando un
cigarrillo (¿de dónde lo sacó si hacía meses que no se podían comprar en
ninguna parte?).
-Antonia, dille a o maestro que veña.
Ella se puso a un lado de la puerta y subió la hachuela.
-No dile tú que está durmiendo ahora. Pasa anda.
Todos se quedaron mudos, de los ojos de esa mujer que
parecía tan poca cosa, salían chispas.
-Ven pasa, dile tú.
Miguel hizo el amago de subir su pistola pero el hombre que
estaba a su lado le dio un bofetón y dijo:
-Vámonos.
Se fueron y nunca regresaron como nunca regreso Miguel a sus
vidas.