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jueves, 31 de enero de 2008

Venganza


Frente al mar, vacío de toda fuerza, las lágrimas recorrían mi rostro. Sólo esperaba la muerte, había sufrido el destierro, el expolio. Mi presencia ya no era grata, la enfermedad de Lázaro cubría mi piel con espantosas llagas.

Era sólo una sombra de aquello que había sido. Esperaba la muerte sin tener ni voluntad ni fuerza de acabar con mi sufrimiento. El sultán, me había expulsado de la corte, mis hijos ejecutados, mi casa arrasada y sembrada de sal, mis libros quemados. Todo aquello que me recordara era ya humo en medio de una tormenta. Lo único que me sobrevivía eran las llagas y los insectos que vivían en mi piel.

Un día los soldados del Sultán trajeron a un nuevo prisionero, lo habían cegado, le habían cortado la lengua y las manos... cuando lo vi... reconocí a mi enemigo, al antiguo Sultán... sin explicar nada ni mediar palabra lo arrojaron a la costa. Ese día recobré mis fuerzas y supe que viviría el resto de mi vida haciendo de su existencia un infierno, agotando su vitalidad, hasta que en una terrible agonía intentara morir... y yo no lo dejaría.

miércoles, 30 de enero de 2008

Días de invierno

Yo caí en desgracia del Emperador, ya no era bien visto en la corte. Fui desterrado y mis hijas fueron vendidas como esclavas. Mi casa arrasada y sembrada de sal. La finca, antigua heredad de mis ancestros, fue entregada al pillaje de un Pretor. Yo mismo fui arrojado a un oscuro calabozo. Por compañeros de celda tenía a una rata ciega y a un rebelde cristiano que me enseño su fe.

Pasaban los días unos tras otros. Un día trajeron a mi celda, el cadáver de mi padre. El anciano después de mucho suplicar y de arrastrar su dignidad de Senador, para restituir el honor de la familia, murió de pena, en las escaleras de palacio.

Dejaron su cuerpo en el suelo durante semanas, el hedor era tan insoportable que casi estuve a punto de enloquecer. Mi compañera de celda, la rata ciega, roía las manos que en mi infancia me bendijeron. El viejo cristiano oraba y vaticina la caída de la urbe y del imperio.

Decidí acabar con la miseria en la que se había convertido mi existir. Deje de comer y de beber. Quería que mi vida se extinguiera como una lámpara de aceite al final de la noche.

Finalmente, casi en el último hálito de vida que me quedaba, se abrió la puerta de mi encierro. Entró un soldado me subió a sus hombros me sacó de la celda, pensé que se trataría de la última infamia de mi captor y empecé a rezar a ese dios de los cristianos pidiendo su misericordia.

Llegué al salón del trono y para mi sorpresa vi al cuerpo de mi enemigo atravesado por veinte puñales.

Mi hijo sentado en el trono era vitoreado como nuevo Emperador.

domingo, 27 de enero de 2008

Sor Juana Ines en su celda

Veo desde mi ventana el patio. El sol cae a plomo como un castigo divino. Todos los fantasmas de este convento se esconden como vampiros de luz.

Afuera de estas paredes, transcurre el mundo, la mujeres hablan en la plaza, los hombres cortejan a las jovenes... pero aquí todo es silencio, sombra y olvido.

Ya ni mis libros me acompañan, ni mi música, ni las tertulias en el torno. Hoy más que nunca, me siento muerta en vida.

Estás muy lejos de mi, tú mi persona amada... Hace tantos años que no sé de ti, de tus ojos de tu sonrisa, de tu aliento.

Mis batallas, mis glorias, son una sombra en el espejo, un olvido, un grito en la montaña… y encima esta fiebre que me consume. Este infierno intra corpore que me consume...

El sol a mediodía y esta celda son un infierno me agobia. Sólo rezos, murmullos y chismes llegan a mi. ¿Dónde están mi pluma, mis papeles y mi rosario de azabache? ¿Dónde está la Virreina que no viene a consolarme?


Si al menos supiera que aún estás ahí, que piensas en mi. Pero hace tantos años que no estás, y sólo me queda este cuerpo viejo que se arrastra entre la enfermedad y la muerte mientras recorre las paredes y los estantes vacíos.

Hasta mi vanidad me ha abandonado.

jueves, 24 de enero de 2008

Auriga (apuntes para el inicio de una película)

Era el día más triste del mundo. Era el año 1956, junio 23, en el puerto de Vigo. El mundo se acaba ahí, más al oeste sólo había mar, oscuridad, vacío… Únicamente los enormes monstruos que te acompañan en sueños y te hacen enloquecer por que adoptan la forma de las personas que amas. Únicamente los muy fuertes, o muy crueles, y los inocentes pueden sobrevivir sin enloquecer a cruzar el mar dejándolo todo.

Cincuenta años más tarde nadie recordará ese barco, ni a sus mil quinientos pasajeros, ni a sus familias, ni a sus dolores… el mundo olvida fácilmente. El dolor y el amor en la memoria es lo único que nos diferencia de los animales, pero somos cada día más animales.

Ese día que como dije era el más triste del mundo, se juntaron mil quinientas almas en ese barco, mil quinientos dolores, mil quinientos olvidos. Había mucho dolor y mucha separación. Lola nunca había estado lejos de su familia o de su padre más de dos días… y después de aquella jornada tardaría en volver a verlo trece años. Trece años, un matrimonio, una cesarea y un hijo después.

-Pai non chore. Le dijo Lola, sus palabras se escoraban entre las lágrimas y el nudo en la garganta.

-Non chores ti. Para él era como el fin del mundo, como si le quitaran los ojos.

En un momento dado ya no había palabras, sus manos se separaban. La gente los empujaba y las lágrimas que corrían por sus mejillas intentaban unir inútilmente aquello que esa oleada humana estaba separando.

Cuando se separaron sus dedos, fue para Manuel como si le arrancaran un brazo. Su niña se iba. Su niña no volvería con él.

Cuando se separaron sus dedos, Lola sintió un dolor tan grande, tan profundo; que sólo sería comparable, a la cesárea, que sin anestesia, le practicaron dieciocho años después, para salvar a la hija que se estaba ahogando en su vientre.

Desde la niebla de las lágrimas Lola vio a su padre en el muelle. Cientos de desheredados sin esperanzas corrían de un lado a otro, abandonados de una España que los arrojaba como apestados de sus entrañas. Como la pus de una gangrena. Partían con con lo puesto, con maletas de cartón y una esperanza al otro lado de esa mole de agua, a un pedazo de esas Américas bárbaras, que a un italiano medio borracho, por allá en el siglo XV, se le pareció a una pequeña Venecia.

Lola no tenía palabras, sólo aferraba el pañuelo que Manuel le había dado para que secara sus lágrimas. Desde la barandilla del barco, lo vio en toda su estatura humana. Lo vio secarse las lágrimas con la manga de su chaqueta, esbozar una sonrisa y alzar su mano para despedirse.

No lo pudo soportar más, grito:

-Pai dígalle a Luis que o quero, e que non me he olvidado de él, e que sigo sendo a sua nai.

Manuel, en ese momento sintió que el mundo tambaleaba a sus pies. Las lágrimas ya no le dejaban ver, sus rodillas temblaban, y sin tener la templanza de Job, maldijo a Dios desde lo más profundo de su ser.

A ese Dios que permitía que el Auriga, partiera llevándose a su más hija más querida… a ese Dios que permitía que Lola tuviera que dejar a su hijo en esta cárcel de famélicos y a ella la arrojaba al otro lado del mundo. A ese Dios que ahogaría y volvería a crucificar, si su hija podía volver.

Sólo cuando el barco no era más que un punto en medio del mar Manuel dejó que sus rodillas flaquearan, se dejó caer y golpeó con su puño el suelo. El dolor de sus dedos rotos, calmó en algo la herida abierta en su alma. Se levantó, se secó las lágrimas, y sin haber cauterizado su corazón, decidió regresar ese mismo día a Quiroga. Quería dormir en su cama y despertar de ese mal sueño...

lunes, 21 de enero de 2008

Muera mi lira infausta, en que influiste/ ecos, que lamentables te vocean...

Hoy viendo esta foto me he acordado de lo que influyo padrino en mi.

De pequeño las figuras de tios, primos o abuelos me fueron más bien desconocidos. A mis abuelas las conocí cuando tenía siete y ocho años. A mis tías y primos cuando tenía once. Eso de: "el fin de semana fui a casa de mis tios" fue algo que no conocí. Quizás por eso, soy tan desafecto con mi familia consanguínea.

Maite, Antonio y Xoño, junto a Carmen y Pepe, fueron esa familia que no tuve. Ellos tampoco tenían familia en Venezuela, pero a la vez eramos una familia con unos lazos muy fuertes.

Maite y mamá hablaban todos los días, dos o tres veces, eran como hermanas. Mamá fue la primera en darse cuenta de los primero sintomas del Alzehimer en Maite. Padrino, fue siempre un consejero y un apoyo muy grande para mamá y papá. Xoño fue ese hermano mayor que la vida no me dio y ese ejemplo a seguir.

Uno de los recuerdos más lejanos en mi memoria, es un domingo en casa de Maite, después de comer... recuerdo el postre, por que para mi siempre será el ideal de un postre; melocotones en almibar y helado de mantecado (vainilla). Al igual que la merienda, era todo lo que se puede desear para que la vida sea perfecta a los cinco años... un enorme vaso de leche fría.

Antonio cuando compro y amuebló el apartamento de La Florida, pensó en todas la penurias y miserias que había pasado en medio mundo, desde Logroño, a Madrid, a Marruecos, a Londres , a Caracas... y se dijo que esa casa, que sería su casa hasta el final de sus días, sería como la casa de Frank Sinatra. Y así era.

Para mi el concepto de una casa moderna era esa casa. La mesa del comedor redonda, blanca y de un sólo pie, la alfombra de pelo largo, los asientos de media esfera, los puff del balcón, el mueble del salón en blanco y negro... era una casa de revista. Pero sobre todo el papel tapiz de flores enormes y diseños sicodélicos de la década de 1970; y los cuadros, que eran una mezcla ecliptica de modernidad.

En mi infancia, la casa de Maite y Antonio era el lugar mas grato y maravilloso del mundo fuera de la cama de mamá, muchos años después y a casi diez mil kilómetros de distancia, he querido que mi casa tenga ese influjo ese sentido de modernidad, esa calidez.

Recuerdo siendo muy pequeño estar correteando por esa casa o metido de debajo del sofa de la sala sobre la alfombra de pelo largo, mientras papá y padrino jugaban ajedréz, bebían coñac y se fumaban un puro... me viene a la cabeza el logo de los King Edward y el olor acre y penetrante del tabaco.

A él le debo mi gusto por el te, por la cocina, por el oporto, por el flamenco, por Londres... se lo debo a él.

Recuerdo a padrino enseñándome como se movían las piezas del ajedrez, o tocando la guitarra. O el día más significativo para mi. Estaban mamá y él frente a un cuadro que hacía poco había pintado... era una mujer, pelirroja, su estilo tenía alguna influencia cubista y había sido pintado con la espátula... para mi era y es uno de los cuadros más bellos de su casa.

Mamá estaba algo preocupada, yo siempre anárquico sobre ciertas cosas, prefería pintar y leer a aprender enrevesados conceptos matemáticos como la suma o la resta... esas cosas que cuando uno tiene cinco o seis años aburren mortalmente. Mamá dudaba sobre si sería buena idea que yo recibiera clases de pintura... y ese día Antonio, convenció a mamá de inscribirme en las clases de pintura.

Si sólo hubiera sido eso, para mi ya hubiera bastado para agradecerselo toda la vida. Una visita con él al Museo de El Prado hubiera sido para mi la forma de devolverle un millón de veces ese día.

jueves, 17 de enero de 2008

Inauguración


Tengo días con el blog creado... y cada vez que quiero empezar el empieza esa rayita del cursor a parpadear y no sé que poner.

Pero hoy empiezo y poniendo esta fotito. Para mi es una foto importante es de octubre del año pasado en Margarita. Tenía al menos 5 años que no iba y tres sin ver a Isol y a papá.

Fue un viaje muy raro y muy significativo. Me sentía muy venezolano... pero todos me tomaban por español. Recorría los sitios donde crecí, los rincones del centro de Caracas... pero eran una sombra de lo que eran. Todos mis amigos, igual que la ciudad y el país estaban cambiados... y eso me alegraba.

Si le tenemos miedo al cambio a que las cosas dejen de ser lo que eran, nos paralizamos nos momificamos, nos convertimos en arena, polvo y herrumbe. Cambiar es abrir las puertas y las ventanas del alma para que entre la vida.

En esta inauguración quiero también recordar a mi poetisa preferida, Sor Juana Inés y esos dos versos de ella que me gustan tanto:
Detente sombra de mi bien esquivo
imgen del hechizo que mas quiero